07 septiembre 2011

treinta y siete

Desde el primer momento, un abrazo de los que tiempo ha no recibía.
Segundos antes aparecía una silueta tras la esquina de un parque infantil venido a menos. Un cúmulo de inquietudes sobre la persona a conocer se acumulaban en mi mente. "Al menos está follable", pensaron mis hormonas al verle unos metros más cercano, ante la posibilidad de existencia nula de conversación interesante.

Sonríe a pocos metros, abre la puerta del copiloto y tras un saludo con acento malagueño que (perdoname :D) no recuerdo exactamente, me suelta el abrazo más simpático que me han dado en mi vida. Y desde ese momento lo tuve claro: "no será uno de tantos".

Una propuesta algo disparatada que resultó en unos cuantos kilómetros de más, unas escaleras larguisimas y una piscina sin acceso, acabó llevándonos al apartamento de la playa en el que llevaba todo el verano estudiando.
- Tengo hambre
- Sirvete

Piña en lata fue el manjar elegido. En la terraza, frente una Málaga lejana iluminada, el sonido del mar cercano y acompañados por una brisa fresca de madrugada que se agradecía tras los días de sofocante calor, charlamos sin descanso.

"Psicoanalista de poca monta sobrado de imaginación y con habilidades sociales especialmente desarrolladas, mas aun cuando a feminas concierne" escribía al día siguiente de conocerle en un borrador de mi móvil mientras iba en el autobús recordando los momentos compartidos. Reconozco, ahora con distancia y mayor conocimiento de su persona, que no es "de poca monta", imaginación desde luego no le falta y de sus habilidades sociales no me permito dudar.

Por alguna extraña razón, me cautivó. Sin necesidad de conocerle. Le escuché, distraída, como siempre me ocurre con los charlatanes, pero consiguió llamar mi atención (y de qué manera). Comencé a escucharle y cada palabra que decía hablaba de mí, hablaba de mi pensamiento, ponía en palabras cosas que jamás había reconocido (sigo sin haberlo hecho) y de las que no había hablado con nadie, hablaba de mi Yo más oculto, de la personalidad que no muestro. Ante cada opinión, cada apunte, cada palabra, no podía más que asentir y darle una razón que no me atrevía a negarle, aun contando con el miedo interior de saber que podía llegar a perder el control sobre mi misma, sobre la información que le brindaban mis palabras.

Asombrada y en cierto modo acongojada por esa oleada de sinceridad, de palabras elocuentes, me resigné, y me dejé perder el control (aun hoy día sigo sin tenerlo). Por una parte el miedo, por otra la libertad de entender que por una vez no hay que esconderse. Le regalé mi confianza y sigo confiando en que a pesar de saber que tiene el control, no lo utilizará.

Entre tanta charla, toses de una bronquitis bien arraigada en su pecho y algún que otro cigarrillo (muy mal hecho por su parte), pasamos a indagar un poco más en su persona. Un artista, de la mente y del cuerpo, un Patrick Jane y un Banksy, un psicoanalista y un pintor que comenzó como aficionado a los graffitis y pronto tendrá su primera exposicion de lienzos. Unos cuadros polémicos (cuanto menos) producto de una denuncia social contra cualquier sistema y de una mente retorcidamente controvertida.

Después una recomendación fílmica muy adecuada a su personalidad (Cashback), un protagonista que imitaba el repetitivo gesto de "crugir" las falanges de las manos, sendas señoritas semidesnudas retratadas con buena mano y una veneración hacia la desnudez femenina (y todo lo que a féminas concierne en general) que comparten personajes real e imaginario. Película que, por razones de restricciones de tiempo en internet que me sacan de quicio, no pudimos terminar de ver.

En esa tesitura nos encontrábamos cuando fuimos a dormir. Dos camas, dos opciones. Dormir separados con una cama de metro y medio para cada uno, o compartir una de esas camas. Pregunté. Eligió. En el baño me puse una camiseta enorme a modo de pijama y volví a la habitación.

Hablamos. Poco tiempo, y dormimos.

Dormimos como dos personillas inocentes, como dos amigos que se conocen desde la infancia, como la cosa más normal del mundo, sin intención alguna.

Una mano en mi espalda me desveló de un profundo sueño, no quise despertar, pero mis hormonas ya habían dejado de dormir. Esa mano se coló debajo de mi camiseta y su tacto me erizó la piel. Pasado un tiempo que me dió a entender alguna pretensión erótica, se giró, miró hacia el otro lado de la cama y me incitó a que lo abrazara.

No pude evitar hacerle caso, sigo sin solucionar mi debilidad ante una espalda masculina. Me dieron ganas de acariciarle, de besarle el cuello, los hombros, de recorrer con la llema de mis dedos desde su cintura hasta la nuca, de pasar mis labios por su piel, de recorrerle con mi respiración. Y lo hice. Algo ya me decía que se mostraría receptivo, efectivamente. Gozó de mis caricias hasta tal punto de hacerme dudar si en algún momento se daría la vuelta, y finalmente lo hizo, se giró y nuestros labios casi se tocaron. Lo que comenzó como una simple casualidad se convirtió en un juego de acercamientos, de llegar pero no probar, de erotismo. Y a partir de ahí todo lo demás.

"Llegar pero no probar", ahí estuvo la clave durante buena parte del juego. Caricias que recorrían todo su cuerpo, labios que le besaban el torso, la cintura, un pequeño destape y una respiración cercana al principio del placer que le hizo soltar un suspiro. Un destape definitivo y todo un momento de gozos bajo mi lengua terminaron con cosquilleos insoportables provocadores de sonrisas que no me permitieron aprovechar la esencia del presente.

Pasó el placer y me relajé. Y al abrir los ojos se clavó en mi retina una imágen que si alguna vez olvido, será dentro de MUCHO tiempo. Una mirada imquietante, observadora, admiradora y dulce sobre mi desnudo, sobre mi cintura. A la distancia suficiente para percibir no más que su respiración y a la vez ver pasar todos esos pensamientos por su mirada. Me gustó observarle distraído, como sin contar con mi presencia, como si no le mirase. Una mano se acercó a mí, suspiré, me dejé disfrutar. Su lengua se acercó a mi, disfruté. Su mano se adentró en mí, disfruté. Sus sentidos gozaron más de mí, disfruté. Y cuando me dí cuenta, más temprano que tarde, más inesperado que lejado, de pronto esos escalofríos estaban recorriendo todo mi cuerpo, mis músculos estaban en tensión y mi espalda arqueada, mientras mis cuerdas vocales rezumaban sonidos guturales.

23 agosto 2011

tres

Cuatro años han pasado desde que ensucié las páginas de aquella libreta a rayas naranjas y blancas que usaba para proyectos y apuntes de conferencias. Le tenía sentado delante de mí, absorto en la charla de un tal Carlos “algo”, artista decían, y escribí:

“viniendo de una persona tan abstracta para mi, aquel encuentro casual, relación puramente materialista y "temporal", si así se puede llamar a dos horas de una noche turbia en un lugar que ya queda lejos geográfica y temporalmente.

El recuerdo se desvanece y sin embargo la sensación permanece, y se reaviva cual cenizas que una vez fueron fuego, cada vez que se acerca, pasa, saluda o mira en la distancia y de un reojo muy bien disimulado pero intencionadamente sensual (aunque lo niegue). Sensaciones serpenteantes se acumulan en el fondo de mi estómago y no es hambre.

Pero detrás de ESO, de lo nuestro, ese ALGO que aun sigo sin saber qué es, hay una persona, una persona que nunca se me ha mostrado, a la que no conozco y con la que a pesar de miradas, conversaciones y otro tipo de rituales a media luz, nunca he sabido conectar. Como si fueran dos diferentes, se me muestra ese frágil, maravilloso, con miradas lejanas y perdidas, que una vez se convirtieron en caricias hoy apenas olvidadas, y después desaparece, todo desaparece y se pierde y ya no es el mismo, cuando se interpone la sociedad en el camino, circunstancias, personas, el ruido... cambia, no es el mismo, ya ni siquiera me atrae como tal, queda lejana aquella transparente sensibilidad tan fácilmente perceptible en una simple mirada.

Y ahí, lo que más duele, el no saber ni lo que siento, una acumulación de sensaciones, pensamientos, ¿sentimientos? ¡Ni yo misma se lo que es! Ahí duele, no saber qué significan esas serpentinas, aquello que me volvió tan loca como para, habiéndole hablado tres veces (a lo sumo, después de un año y medio que nos conocíamos), invitarle sin "aqué" a pasar una noche en mi habitación del hotel. ¿Pero qué coño es? ¿atracción? ¡POR SUPUESTO! pero es muy fácil sentirlo por un "morenodeojosazules" que se parece a Matt Dallas y con esos labios finos que ¡dios mío!¡¡cómo besan!! y como hacen otras cosas, porque joder ni con cuatro años de experiencia ha conseguido mi novio hacerme sentir lo que sentí cuando noté sus dedos dentro y su lengua y sus labios y ufff ¡TODO! haciéndome olvidar el mundo, y que mi compañero de habitación podía interrumpirnos en cualquier momento, pero en ese instante no me hubiera importado, era feliz, como si ni siguiera él existiera, sólo algo ahí abajo, haciéndome disfrutar y gemir hasta que casi todo el hotel (de cuarenta plantas) me escuchara.

Joder es inevitable sentir atracción por alguien así, además con tan óptimas facultades físicas y sexuales. Pero la cuestión no es lo que yo sienta por él, sino lo que él pueda sentir o no sentir por mí, porque está claro que algo hay, y ALGO en mayúsculas, metafísico (me resigno) pero algo. Ese algo que expresan sus miradas de reojo y que después desaparece, esos momentos, sensaciones, que aparte de sentir también capto, y con toda seguridad es recíproco. Todo desaparece, se cruza la gente, se vicia el aire, la sociedad, demasiadas miradas pendientes de todo lo que pasa, llamaría demasiado la atención que dos personas que casi ni se conocen, de pronto... no sé, ¿hablaran? y sigo sin saber qué siento.

Y lo peor es tener la sensación de que nunca lo voy a descubrir, porque no, porque se niega, se niega y se empeña y consigue negar la evidencia en su interior y aparentar y que nadie se dé cuenta y que todo sea "como si nada" y "desde lo más profundo de mi corazón" que desearía poder hacer lo mismo, evadirlo, no pensarlo y sobre todo, no sentirlo. No sentir eso que ni siquiera sé lo que es y me consume cada vez que me lo encuentro”.

Tan solo una semana después del furtivo encuentro en el hotel berlinés y ese día ni se dignó a saludarme, y con mi corazón a mil, mis rodillas temblando y mi cara de tonta, allí me quedé limitándome a devolverle sus insinuantes miradas y a guarrear las hojas de una libreta compadeciéndome de mi misma.

Casi un año tuvo que pasar hasta que se decidiese a poner fin a aquella relación en la que yo había sido la causa de su infidelidad. Con otros quehaceres y caminos mentales y ni mucho menos pensando en él, me encontraba cuando me llamó. Miento, me escribió un mensaje informativo: lo habían dejado.

Entonces se repitió. Esta vez mis “sentimientos” ya no eran tales y reducida la relación al placer, todo fue más ameno. Sexo, sin complicaciones, ni sentimientos, ni mensajitos del día siguiente.

Volvimos a disfrutar de nuestros labios, volví a no necesitarle dentro, volvió a no necesitarme encima para conocer el placer. Nuestras bocas lo dijeron todo y no necesitamos más.

Satisfechos regresamos a nuestras vidas y aclarado el tema de la ausencia de sentimientos, la relación se hizo más abierta. Por fin se dignaba a saludarme en público e incluso a mantener alguna que otra conversación banal. Yo mientras tanto feliz, e inevitablemente ilusionada.

Otro año más hasta que propuso un nuevo encuentro. Yo, ni lo dudé, como por instinto acepté y solo de pensar en esos labios, todo se humedeció. En su cama tuvimos tiempo y lo disfrutamos. Charlamos, también, un rato, menos del que le dedicamos al sexo, y luego continuamos. Nos relajamos y aquel día si nos necesitamos más cerca. Qué sensación al sentirle dentro, ardiendo, deseándome y abrazándome. Mis piernas abrazaban su cintura y todo mi cuerpo le deseaba más adentro.

De nuevo la realidad nos reclamaba y cada uno atendió su vida. La mía, al poco tiempo, me trasladó a otra ciudad, perdiendo así la esperanza de todo contacto. Fue gracias a las nuevas tecnologías que lo mantuvimos (y de qué manera). Noches enteras ante el ordenador, conversaciones que nunca había pensado que podría tener con él, algún intercambio de fotos y web-cam que abrasaron cuerpos autocompasivos, en definitiva, el descubrimiento de ese al que no fui capaz de conocer en los primeros encuentros sexuales.

Aun así, dos años más fueron necesarios para poder coincidir en el mismo intervalo espacio-temporal. Durante este tiempo, el contacto nunca se perdió, pero las escasas visitas que hacía yo a la ciudad y el hecho de que las que hacía iban destinadas a mi familia, impidieron más encuentros. Hace un mes nos reencontramos, de nuevo en su casa, de nuevo nerviosa. Esta vez me hizo sentir más cómoda, dedicamos a la charla más tiempo que al sexo y saboreamos más placer que en otras ocasiones. Por lo visto dos años de experiencias a todos nos enseñan y si ya antes me resultaba deleitante, en esta ocasión es fácil imaginar los comentarios.

Hicimos gala de nuestras habilidades, me encantó verle disfrutar entre mis labios y no pude evitar despertar a algún vecino cuando hizo uso de sus últimos “aprendizajes”. Me atreví incluso a solicitar una postura que con gusto satisfizo y con tan gusto recibí. Gozamos largo rato de un sexo experimentado, sensual y placentero, hasta que de nuevo nuestras vidas nos reclamaron.

Seguimos hablando, si no diariamente, al menos sí semanalmente por internet. Su sexualidad me sigue provocando mariposas en el estómago. Sus ojazos me siguen conmoviendo. Su esperma sigue conteniendo los genes más aptos de los conocidos hasta el momento para mi futura descendencia. Sus manos siguen humedeciéndome solo de pensar en ellas. Su intelecto sigue asombrándome. Y su manera de mirarme, de tocarme, de hablarme, de acariciarme, seguirá siempre pareciéndome diferente a la del resto del mundo.

Nuestra “relación” no acaba aquí, seguirá habiendo placer, disfrute y sexo hasta que alguno de los dos encontremos pareja y decidamos ser fieles, y yo mientras tanto seguiré poniéndome nerviosa, seguirán temblándome las rodillas y seguirán acelerándose mis pulsaciones cada vez que volvamos a vernos.

11 julio 2011

cincuenta

No puedo negar que me entristece saber que no volveré a verle. No ha sido una historia de amor, ha sido más bien un encuentro fugaz, liviano y poco significativo. Pero supongo que es inevitable sentir esta tristeza ante la idea de que lo más probable es que no vuelvas a ver a esa persona en tu vida.

Gracias a mi carácter le conocí. Una larga noche de amigos, le vi y me gustó. Salimos cuando cerraban y le reconocí sentado en una acera con la cabeza sobre las rodillas. Me acerqué, demasiado borracho, yo demasiado sobria. Me vi arrastrada por mis amigas a un coche que nos llevaba a algún lugar cuando de pronto me harté, abrí la puerta aun en marcha, frenó y me bajé.

Se alejaba el coche con mis borrachas amigas y varios desconocidos masculinos, cuando me decidí a ir a casa, en ese momento pensé: ¿seguirá allí? Tomé el camino largo que pasa por la puerta del garito en el que le había encontrado. Efectivamente, seguía allí. Sentado en el mismo rincón de la acera, con la cabeza en las rodillas y el botellín de agua que antes le había ofrecido, ahora vacío ante él.

Me senté a su lado, le miré un momento y creo que no fue consciente de mi presencia hasta que le hablé. Me miró con unas ojeras gris profundo que gritaban “necesito morirme”. Hubo un intento de conversación en el que me dio las gracias por el agua, le ayudé a levantarse y decidí acompañarle a casa (creo que él solo no hubiese llegado). Resultó que el tiempo no había causado tantos estragos en mi inglés como yo pensaba, pues fue una larga conversación hasta llegar a su casa, según me dijo estando aun en aquella acera “around”, con perdón “los cojones”, casi media hora andando.

Llegados a su puerta me preguntó lo que supongo que era inevitable, mis intenciones. La verdad es que cuando volví para ver si estaba aun allí, solo lo hice por preocupación, le había visto demasiado mal, pero ya que me brindaba la oportunidad, ¿por qué no aprovecharla? Me invitó a subir, hablamos y estuvo de acuerdo conmigo en que no era el mejor momento. Intercambiamos números de teléfono y nos despedimos con un típico “te llamaré”.

Tres días después, a las una de la madrugada me despertó una llamada. Era él. A las dos nos vimos, unas cervezas relajaron la tensión y la conversación fluyó, a veces con dificultades de vocabulario, pero con gracia. Dos horas y varias cervezas más tarde nos cerraron el local y esta vez yo no dije nada. Preguntó si podíamos ir a mi casa. Compartimos allí una botella de lambrusco y gustos musicales buscados en el portátil que hacía un rato me había bajado. El vinito caldeó el ambiente, el aparato se quedó sin batería y durante un momento se hizo un silencio incómodo sin música y sin conversación. Habló, y nada menos que para preguntarme ¿qué quería? Osado, y además dejándome la responsabilidad de la decisión a mí, a una señorita. Mi contestación: “cuando te vi, sexo, después de haber pasado toda la noche contigo, no siento que haya atracción sexual”. Su contestación: “podemos probar”. De modo que me besó. No fue nada romántico, ni sentimental, ni siquiera está entre los mejores besos que me hayan dado, pero simplemente sucedió.

Estaba amaneciendo cuando subimos a mi habitación y esta parte no me atreveré a menospreciarla. Adivinó mis primeras intenciones de dominar, pero no me dejó. “Just relax” fueron sus palabras. Me tumbó boca arriba y me desnudó con una sutileza que no esperaba. Coló su mano entre mis piernas mientras su lengua jugueteaba con la mía. En ocasiones acercaba su cintura y se adentraba, luego jugaba con la punta en mi humedad y volvía a entrar, cesaba y sus manos volvían a tocarme, a veces acompañadas por una lengua fina y juguetona.

En todo momento hubo alguna parte de su cuerpo en contacto con el mío. Jugó con mis sensaciones, entró entero, mis tobillos en sus hombros, nuestros labios besándose y las cinturas al unísono. “Cheeky girl”, su comentario.

Se echó a mi lado y me abrazó. Casi empezábamos a dormirnos cuando, estando en cucharita, me empezó a acariciar el pecho y le volví a notar abajo. Esta vez se limitó a entrar, fácil, ligero, suave, mojado. Todo más intenso, el pulso acelerado, la respiración ahogada y algún tirón de pelo.

Esa mañana tuve que despedirle porque otros compromisos requerían mi atención en unas horas.

Dos semanas más tarde, mismo día de la semana, misma hora de la madrugada, misma llamada, diferente plan. Esta vez las cervezas comenzaron directamente en casa. Nos tiramos en el suelo de la terraza al fresquito de la madrugada y a la luz del portátil en el que después de otra serie de recomendaciones musicales, acabamos poniendo la misma música de la vez anterior. Bebimos cerveza y fumamos sustancias no muy legales, conversamos y descubrimos historias personales. Resultó que mi londinense amante cuenta dos vástagos. Quise indagar más en el asunto, pero no me lo permitió.

Esta vez no hubo lugar para agotar la batería. Propuso subir a la habitación y yo no me negué. Se repitió un ritual similar al anterior y pude invitarle a dormir. “Cheeky girl”, repitió.

El siguiente mensaje lo envié yo. En cuatro días dejo Madrid y me vuelvo a casa hasta Septiembre. Cuando yo vuelva, él ya no estará aquí, por lo que propuse una despedida. Esa misma noche me llamó y de nuevo nos vimos en casa. Repetimos plan, salimos a la terraza, bebimos y fumamos, esta vez sin ordenador. Estaba cansado, dijo, le persuadí de que si subíamos se activaría. Subimos a la habitación y por fin me dejó hacer. Aproveché su cansancio para hacerle disfrutar. Me dejó besarle, desnudarle, acariciarle todo el cuerpo, y empecé a notar los efectos de mis caricias. Se rindió bajo mi lengua, mis labios y mis manos en su cintura. “Cheeky girl”.

Tumbados uno junto al otro, de nuevo a punto de dormir, comenzó a hablar: “cuando era niño, soñaba que era guerrero en un reino fantástico, cosas de críos, pero siempre había una chica, se llamaba como tú, en el momento que me dijiste tu nombre, eso fue lo primero que pensé”. Se hizo un silencio tras esta confesión, no supe qué contestar, me pareció precioso, y por otra parte raro, porque no era ese el tipo de “relación” que habíamos establecido.

Los tiempos han cambiado, quizás esa es la forma que tenemos ahora de decir que “algo” podría ser especial. Aunque me cuesta, quiero creer en el amor, tal vez este tipo de historias que acabarán siendo insignificantes, sean las que terminen por abrirme los ojos. Por el momento sigo sin renunciar al sexo.

A la mañana siguiente, la despedida. Nos despertamos poco antes de la hora a la que él había quedado con su hermana. Se comenzó a vestir con la intención de llegar a tiempo por una vez en su vida (es bastante impuntual), pero no pude resistirme a entretenerle un ratito más. Me miró, me dijo que parecía triste. No era tristeza, al menos no en ese momento. “MorningSex”, eso pensaba y eso le dije. “Cheeky girl”, y repetimos. Repetimos esta vez como el primer día, jugando, con sus dedos, con su cintura, pero aun sabiendo que quizás no tardase mucho, mi instinto me hizo soltar un “fuck me” que le hizo enloquecer y entrar hasta el fondo mientras me cogía el pecho. Efectivamente, no duró demasiado, pero como un caballero, continuó. Esta vez esas manos hicieron maravillas, o tal vez esta vez yo estaba más excitada, pero madre mía, qué manos, qué dedos, acariciaban y entraban y salían y justo llegaban a dónde él sabía que tenían que llegar, la tensión empezó en los muslos y poco a poco los escalofríos invadieron todo mi cuerpo haciéndome estremecer y disfrutar.

Luego se fue, nos dijimos adiós, un adiós incómodo, ¿qué se le dice a una persona a la que no volverás a ver? Todos los buenos deseos que puedas tener para esa persona son de por vida, un hasta luego no vale, solo vale un “adiós” y tal vez “cuídate” pueda ser apropiado. Se marchó y realmente casi no le conocí. Me dejó la bonita historia de su infancia, el “cheeky girl” que me decía y me encantaba, miradas e instantes fugaces que quizás significaron algo, y una banda sonora que cada vez que la oiga, inevitablemente me transportará a este verano.


05 julio 2011

uno

Catorce años, instituto, inseguridad, vulnerabilidad, baja autoestima, instinto sexual sobredesarrollado para esa edad, chico de veintidos años, moreno, ojos verdes, macarra, anti-sistema, con labia y filia por las demasiado jovencitas para su edad. Viviendo en un pueblo de mil habitantes en el que todos se conocían y no encontraba afinidades a su inteligencia, así acabó la tonta de mí con este personajo.

Personajo como digo, por no llamarle despojo humano, pero tampoco sería justo por mi parte cargarle con toda la culpa a él.

Comenzó la historia antes de que pudiese dar por finalizado lo que podría llamar "mi primer noviazgo". El pobre chico era encantador, sensible, guapo, pero de estos chicos guapos que no piensas "que buenorro que está" sino "oh! qué guapo es..." y pestañeas. Reconozco que este tipo de hombres a todas nos gustaría tenerlos como maridos y padres de nuestros hijos, pero a mis catorce años y mi avanzada promiscuidad, sinceramente me atraían más veintidos años morenazos macarras con ojos verdes y cara de "te voy a hacer mujer". Vamos, cosas de crias... algo completamente disparatado y sin sentido (hoy volvería a caer en el mismo error).

El pobre "chico guapo" acabó mal, y lo peor es que yo tampoco acabé del todo bien.

Un amor secreto y lujurioso que se escondía en antros y cocheras abandonadas no auguraba nada bueno, y una de esas "noches de cochera" (para las cuales me escapaba a escondidas de casa) todo fue inevitable, insostenible, insoportablemente doloroso, asqueroso y forzado.

A día de hoy sigo sin tener muy claro lo que sucedió exactamente y la verdad es que nunca he intentado recordarlo, me basta con la sensación que me produce el simple hecho de pensar en ello.