"Remordimientos por sinsentidos: Yo te quiero, y te quiero mucho, pero es que... cuanto más lo practico más me doy cuenta de cuánto lo necesito, y ya que tú no me lo das, porquéno buscarlo en otras personas. Y digo que lo "necesito" porque es divertido y sobre todo es sano. Llevaba semanas sin dormir, por primera vez en este tiempo tengo sueño, pero sueño de verdad, de este de quedarte dormida y abstraerte, de olvidar el mundo literalmente, y de eso hacía ya muchísimo tiempo, exactamente el mismo que llevas rondando mi cabeza."
Yo no se de dónde me saco esta intuición, a veces incluso me doy miedo por tanto acierto, pero la verdad es que me encanta que mi capacidad empática funcione. ¿Que entre en materia? Por supuesto, descuidad que la lujuria nunca falta en mis relatos.
Situación, situación…
siempre comienzo por poneros en situación pero lo cierto es que esta vez no hay
situación, esta historia no tiene antecedentes, esta historia habla de
casualidades deliciosas. Después de una noche de fiestas, desfases, amigos y a*
volviéndome loca como de costumbre, la pura casualidad quiso que no cogiese
aquel taxi, que la bolsa de patatas del “desayuno” alargase la charla con
amigos más de lo previsto y finalmente cogiésemos el metro de camino a casa
acompañados por el amanecer.
Pues así, esos son
todos los antecedentes que puedo contar, porque lo demás fue un vagón de metro
en compañía de uno de mis amigos y tres desconocidos hablando de
vayaUstedASaberQué. Yo no se porqué hago estas cosas pero me metí en su
conversación, mi amigo se dormía y lo último que me apetecía era acabar en la
última parada de la línea perdida en la nada, así que me puse a hablar con los
desconocidos para no dormirme. Ni siquiera recuerdo de qué hablamos, pero mucho
no debió ser porque solo eran tres paradas, la cuestión es que se bajaban en la
misma parada que nosotros y la escasa conversación que pudimos tener derivó en
un juego de “si me invitas voy” que me acabó llevando a casa de uno de los
desconocidos.
-
¿Sofá
o cama?
-
Cama
-
Ponte
cómoda
Entró al baño y me
quedé observando la casa de un completo desconocido del que no sabía ni su
nombre.
No me tomé demasiado
en serio el “ponte cómoda” y me limité a quitarme los zapatos. Entonces salió
del baño con menos ropa, así, sin más, ropa interior y camiseta negra, luz
encendida y entonces fui consciente de cómo era. Era… ay que se me estremecen
las entrañas, era muy alto y muy sexy, moreno, rapado, con barba, ojos negros,
madurito y una sonrisa que acompañaba una mirada de vicio demasiado hipnótica.
Me invitó a la cama y no me quedó más que “ponerme cómoda” (dormir con vaqueros
es una incomodidad). Me metí en la cama y luego me besó, empezó a acariciarme y
nuestras piernas se entrelazaron. Por el bien de mi estabilidad hormonal no
debería hacerlo pero no puedo evitar recrearme en esos besos, qué labios y qué
lengua y además un piercing, toda una sorpresa y cuán agradable.
A mi compartir la
fiesta con a* ya me tenía bastante alterada, pero es que esto me estaba
sobrepasando. Creo que no he ardido más en mi vida y para alguien como yo eso
es mucho decir.
Las caricias
comenzaron a transformarse en pellizcos, bocados, suspiros ahogados y manos
desenfrenadas. La poca ropa que nos quedaba sobraba y en cuestión de segundos
adornó el suelo. Sus manos hicieron delicias y yo no podía dejar de mirarle,
mirarle fijamente a esos ojos que me devolvían miradas lascivas. Esos dedos
sabían exactamente a dónde ir, directos al blanco, casi insoportable. Siempre
he sido más de dar que de recibir, pero esta vez no pude resistirme a dejarme
hacer, todo se sentía demasiado y un chico con esos conocimientos sobre
anatomía femenina no me atrevía a desperdiciarlo.
Disfruté largo rato
de sus quehaceres y acabé por incorporarme, aunque por mi habría seguido toda
la noche así. Parece ser que no soy la única que disfruta dando placer porque
cuando le encontré resultó ardiendo. Su calor me tentó y decidí estar a la
altura de sus conocimientos, merecía darle lo mejor que se y parece ser que fue
de su agrado. Juegos, posturas, risas y comentarios lascivos se prolongaron
hasta el límite soportable y entonces le quise dentro. No pudo más que aceptar
la propuesta, esponjoso, ardiendo, mojado, dilatado, le pareció apetecible y se
sirvió. “Este hombre sabe demasiado” pensé, y parece ser que a él tampoco le
disgustaba. Cambiamos y probamos posiciones a cual más placentera, los
mordiscos no cesaron y los gritos ya no se ahogaban, su mirada siempre clavada
en mi y cuando cerraba los ojos me pedía que le mirase, solo con verle, con
todo su atractivo, dedicándome esas miradas de lujuria desenfrenada,
mordiéndose el labio y moviendo su cintura dentro de la mía, me enloquecía más
todavía.
Me encontraba sobre
él con una mano “ahogando” su cuello, la otra arañándole el pecho y las suyas
pellizcando el mío, cuando su petición terminaba en mi boca. Cedí a su
propuesta y disfruté viéndole disfrutar, lascivo, vulnerable ante mi lengua. Se
cumplió su deseo y volvimos al inicio. Esta vez sus manos resbalaron más, la
temperatura había subido, la sensibilidad había aumentado y me estremecía cada
milímetro que rozaba. El placer se prolongó más tiempo del que nunca habría
imaginado, quería que el orgasmo nunca terminase, me tembló hasta el último
músculo del cuerpo, le solté alguna que otra grosería que le hicieron sonreírse
vicioso y finalmente me relajé. Quedamos tan exhaustos que el sueño no tardó en
invadirnos.
Para entonces habían
pasado varias horas desde el amanecer. Dormimos profundamente un tiempo hasta
que las hormonas volvieron a despertarnos y no pudimos más que saciarnos de
nuevo. Todo continuaba húmedo y ardiente, se repitieron sensaciones similares a
las de unas horas antes y una larga conversación, una ducha y un café después
salía de aquella casa desconocida, al menos ya sabía su nombre.
“y si, he tenido
varios orgasmos, placenteros en extremo, y no me los has dado tú, una pena,
porque no sabes los que te pierdes por no dejarme dártelos yo a ti”