05 julio 2011

uno

Catorce años, instituto, inseguridad, vulnerabilidad, baja autoestima, instinto sexual sobredesarrollado para esa edad, chico de veintidos años, moreno, ojos verdes, macarra, anti-sistema, con labia y filia por las demasiado jovencitas para su edad. Viviendo en un pueblo de mil habitantes en el que todos se conocían y no encontraba afinidades a su inteligencia, así acabó la tonta de mí con este personajo.

Personajo como digo, por no llamarle despojo humano, pero tampoco sería justo por mi parte cargarle con toda la culpa a él.

Comenzó la historia antes de que pudiese dar por finalizado lo que podría llamar "mi primer noviazgo". El pobre chico era encantador, sensible, guapo, pero de estos chicos guapos que no piensas "que buenorro que está" sino "oh! qué guapo es..." y pestañeas. Reconozco que este tipo de hombres a todas nos gustaría tenerlos como maridos y padres de nuestros hijos, pero a mis catorce años y mi avanzada promiscuidad, sinceramente me atraían más veintidos años morenazos macarras con ojos verdes y cara de "te voy a hacer mujer". Vamos, cosas de crias... algo completamente disparatado y sin sentido (hoy volvería a caer en el mismo error).

El pobre "chico guapo" acabó mal, y lo peor es que yo tampoco acabé del todo bien.

Un amor secreto y lujurioso que se escondía en antros y cocheras abandonadas no auguraba nada bueno, y una de esas "noches de cochera" (para las cuales me escapaba a escondidas de casa) todo fue inevitable, insostenible, insoportablemente doloroso, asqueroso y forzado.

A día de hoy sigo sin tener muy claro lo que sucedió exactamente y la verdad es que nunca he intentado recordarlo, me basta con la sensación que me produce el simple hecho de pensar en ello.

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