23 agosto 2011

tres

Cuatro años han pasado desde que ensucié las páginas de aquella libreta a rayas naranjas y blancas que usaba para proyectos y apuntes de conferencias. Le tenía sentado delante de mí, absorto en la charla de un tal Carlos “algo”, artista decían, y escribí:

“viniendo de una persona tan abstracta para mi, aquel encuentro casual, relación puramente materialista y "temporal", si así se puede llamar a dos horas de una noche turbia en un lugar que ya queda lejos geográfica y temporalmente.

El recuerdo se desvanece y sin embargo la sensación permanece, y se reaviva cual cenizas que una vez fueron fuego, cada vez que se acerca, pasa, saluda o mira en la distancia y de un reojo muy bien disimulado pero intencionadamente sensual (aunque lo niegue). Sensaciones serpenteantes se acumulan en el fondo de mi estómago y no es hambre.

Pero detrás de ESO, de lo nuestro, ese ALGO que aun sigo sin saber qué es, hay una persona, una persona que nunca se me ha mostrado, a la que no conozco y con la que a pesar de miradas, conversaciones y otro tipo de rituales a media luz, nunca he sabido conectar. Como si fueran dos diferentes, se me muestra ese frágil, maravilloso, con miradas lejanas y perdidas, que una vez se convirtieron en caricias hoy apenas olvidadas, y después desaparece, todo desaparece y se pierde y ya no es el mismo, cuando se interpone la sociedad en el camino, circunstancias, personas, el ruido... cambia, no es el mismo, ya ni siquiera me atrae como tal, queda lejana aquella transparente sensibilidad tan fácilmente perceptible en una simple mirada.

Y ahí, lo que más duele, el no saber ni lo que siento, una acumulación de sensaciones, pensamientos, ¿sentimientos? ¡Ni yo misma se lo que es! Ahí duele, no saber qué significan esas serpentinas, aquello que me volvió tan loca como para, habiéndole hablado tres veces (a lo sumo, después de un año y medio que nos conocíamos), invitarle sin "aqué" a pasar una noche en mi habitación del hotel. ¿Pero qué coño es? ¿atracción? ¡POR SUPUESTO! pero es muy fácil sentirlo por un "morenodeojosazules" que se parece a Matt Dallas y con esos labios finos que ¡dios mío!¡¡cómo besan!! y como hacen otras cosas, porque joder ni con cuatro años de experiencia ha conseguido mi novio hacerme sentir lo que sentí cuando noté sus dedos dentro y su lengua y sus labios y ufff ¡TODO! haciéndome olvidar el mundo, y que mi compañero de habitación podía interrumpirnos en cualquier momento, pero en ese instante no me hubiera importado, era feliz, como si ni siguiera él existiera, sólo algo ahí abajo, haciéndome disfrutar y gemir hasta que casi todo el hotel (de cuarenta plantas) me escuchara.

Joder es inevitable sentir atracción por alguien así, además con tan óptimas facultades físicas y sexuales. Pero la cuestión no es lo que yo sienta por él, sino lo que él pueda sentir o no sentir por mí, porque está claro que algo hay, y ALGO en mayúsculas, metafísico (me resigno) pero algo. Ese algo que expresan sus miradas de reojo y que después desaparece, esos momentos, sensaciones, que aparte de sentir también capto, y con toda seguridad es recíproco. Todo desaparece, se cruza la gente, se vicia el aire, la sociedad, demasiadas miradas pendientes de todo lo que pasa, llamaría demasiado la atención que dos personas que casi ni se conocen, de pronto... no sé, ¿hablaran? y sigo sin saber qué siento.

Y lo peor es tener la sensación de que nunca lo voy a descubrir, porque no, porque se niega, se niega y se empeña y consigue negar la evidencia en su interior y aparentar y que nadie se dé cuenta y que todo sea "como si nada" y "desde lo más profundo de mi corazón" que desearía poder hacer lo mismo, evadirlo, no pensarlo y sobre todo, no sentirlo. No sentir eso que ni siquiera sé lo que es y me consume cada vez que me lo encuentro”.

Tan solo una semana después del furtivo encuentro en el hotel berlinés y ese día ni se dignó a saludarme, y con mi corazón a mil, mis rodillas temblando y mi cara de tonta, allí me quedé limitándome a devolverle sus insinuantes miradas y a guarrear las hojas de una libreta compadeciéndome de mi misma.

Casi un año tuvo que pasar hasta que se decidiese a poner fin a aquella relación en la que yo había sido la causa de su infidelidad. Con otros quehaceres y caminos mentales y ni mucho menos pensando en él, me encontraba cuando me llamó. Miento, me escribió un mensaje informativo: lo habían dejado.

Entonces se repitió. Esta vez mis “sentimientos” ya no eran tales y reducida la relación al placer, todo fue más ameno. Sexo, sin complicaciones, ni sentimientos, ni mensajitos del día siguiente.

Volvimos a disfrutar de nuestros labios, volví a no necesitarle dentro, volvió a no necesitarme encima para conocer el placer. Nuestras bocas lo dijeron todo y no necesitamos más.

Satisfechos regresamos a nuestras vidas y aclarado el tema de la ausencia de sentimientos, la relación se hizo más abierta. Por fin se dignaba a saludarme en público e incluso a mantener alguna que otra conversación banal. Yo mientras tanto feliz, e inevitablemente ilusionada.

Otro año más hasta que propuso un nuevo encuentro. Yo, ni lo dudé, como por instinto acepté y solo de pensar en esos labios, todo se humedeció. En su cama tuvimos tiempo y lo disfrutamos. Charlamos, también, un rato, menos del que le dedicamos al sexo, y luego continuamos. Nos relajamos y aquel día si nos necesitamos más cerca. Qué sensación al sentirle dentro, ardiendo, deseándome y abrazándome. Mis piernas abrazaban su cintura y todo mi cuerpo le deseaba más adentro.

De nuevo la realidad nos reclamaba y cada uno atendió su vida. La mía, al poco tiempo, me trasladó a otra ciudad, perdiendo así la esperanza de todo contacto. Fue gracias a las nuevas tecnologías que lo mantuvimos (y de qué manera). Noches enteras ante el ordenador, conversaciones que nunca había pensado que podría tener con él, algún intercambio de fotos y web-cam que abrasaron cuerpos autocompasivos, en definitiva, el descubrimiento de ese al que no fui capaz de conocer en los primeros encuentros sexuales.

Aun así, dos años más fueron necesarios para poder coincidir en el mismo intervalo espacio-temporal. Durante este tiempo, el contacto nunca se perdió, pero las escasas visitas que hacía yo a la ciudad y el hecho de que las que hacía iban destinadas a mi familia, impidieron más encuentros. Hace un mes nos reencontramos, de nuevo en su casa, de nuevo nerviosa. Esta vez me hizo sentir más cómoda, dedicamos a la charla más tiempo que al sexo y saboreamos más placer que en otras ocasiones. Por lo visto dos años de experiencias a todos nos enseñan y si ya antes me resultaba deleitante, en esta ocasión es fácil imaginar los comentarios.

Hicimos gala de nuestras habilidades, me encantó verle disfrutar entre mis labios y no pude evitar despertar a algún vecino cuando hizo uso de sus últimos “aprendizajes”. Me atreví incluso a solicitar una postura que con gusto satisfizo y con tan gusto recibí. Gozamos largo rato de un sexo experimentado, sensual y placentero, hasta que de nuevo nuestras vidas nos reclamaron.

Seguimos hablando, si no diariamente, al menos sí semanalmente por internet. Su sexualidad me sigue provocando mariposas en el estómago. Sus ojazos me siguen conmoviendo. Su esperma sigue conteniendo los genes más aptos de los conocidos hasta el momento para mi futura descendencia. Sus manos siguen humedeciéndome solo de pensar en ellas. Su intelecto sigue asombrándome. Y su manera de mirarme, de tocarme, de hablarme, de acariciarme, seguirá siempre pareciéndome diferente a la del resto del mundo.

Nuestra “relación” no acaba aquí, seguirá habiendo placer, disfrute y sexo hasta que alguno de los dos encontremos pareja y decidamos ser fieles, y yo mientras tanto seguiré poniéndome nerviosa, seguirán temblándome las rodillas y seguirán acelerándose mis pulsaciones cada vez que volvamos a vernos.