20 septiembre 2012

sesenta y dos

Dos años dices que hace que nos conocemos, yo sinceramente no sabría decirte. Por lo visto hablamos por teléfono, la segunda vez que escuché tu voz me encantó, y me tuviste que recordar que ya la había escuchado, esta memoria otra vez. A lo largo de este tiempo no han sido pocos los intentos de encontrarnos pero la geografía y la moral se unieron para impedirlo. Al final, excusas, porque en el fondo todos tenemos la doble moral de “quiero estar contigo, ven a verme” y el orgullo de “si quieres verme, ven tú”.

Nunca te hice demasiado caso porque estabas lejos y no iba a ir “hasta allí” para un simple encuentro, por mucho que me apeteciese. Tú tampoco ibas a venir, supongo que por la misma razón, entonces me lo tomé todo como un juego. Después durante un tiempo hablamos más y me caíste cada vez mejor, pero seguía pensando que no iba a ir “hasta allí”. Luego te fui conociendo físicamente y me encantaste y entonces empecé con mis cosas, con estas cosas que me impiden dejarme llevar, estas cosas que me hacen no entender el interés que alguien como tú puede tener en alguien como yo. Así el juego se volvió cada vez más apetitoso y más irreal en mi cabeza. Más apetitoso por ti, porque te conocía más y mejor; más irreal porque cada vez consideraba más lejana la posibilidad de reciprocidad y el miedo al rechazo comenzaba a formar una bola enorme dentro de mi cabeza. Pensé muy en serio ir “hasta allí” las últimas veces que me lo propusiste, porque me apetecías demasiado, pero ¿si decías que no? ¿si me dejabas tirada? Nunca me expondría a tal posibilidad porque la catástrofe emocional podría ser de dimensiones descomunales.

Lo cierto y verdad es que desde el principio las ganas no han sido pocas y después de tanto tiempo, la casualidad ha querido que nos encontremos en la misma ciudad. Tengo que reconocer y reconozco que gracias a ti supimos de esta coincidencia. El azar jugó a nuestro favor y un cúmulo de circunstancias nos llevaron a encontrarnos en una mañana ajetreada y con poco tiempo disponible. En mi cabeza ganas y miedo, el mismo miedo de las otras veces, al menos esta vez si no aparecías tan sólo me supondría unas horas junto a un libro y un café.

Te vi llegar a lo lejos, mirando distraído los últimos mensajes que te había enviado. Coincidimos a ambos lados de un semáforo en rojo que se me hizo eterno y por fin nos tuvimos enfrente. Tenía un día realmente largo por delante, había dormido en casa de una amiga donde casi no tenía ropa ni medios con los que acicalarme, iba realmente hecha un desastre y tú lo primero que pensaste al verme fue tenerme en tu cama (yo sigo sin entenderte). Por fin pude darte un abrazo que me devolviste acompañado de una sonrisa que me encandiló y me hizo desearnos desnudos, aunque esta idea ya llevaba tiempo rondándome la cabeza.

Subimos esos cinco pisos de escaleras que no hicieron más que abrir el apetito, en el tercer piso nos probamos, coincidimos en besos y mordiscos que continuarían escalones más arriba. Estábamos al borde de la desesperación, lo habíamos deseado tantas veces y por fin lo teníamos a nuestro alcance, las ganas nos podían por momentos, con la misma facilidad nos destapábamos que nos volvíamos a recomponer la ropa, ese instante había que disfrutarlo, con calma, pero ambos sabíamos que en el fondo solo queríamos explotar. Aun así contuvimos fuerzas e hicimos gala de todo lo que habíamos hablado. No sin esfuerzo calmamos la locura y todo fue a pedir de boca. Tardamos en perder la ropa, lo que contribuyó aun más al deseo y por fin no pudiste más, sólo con las braguitas, las hiciste a un lado y te sentí, tú ardiendo y yo empapada de placer. Sólo probaste un poco que me dejó con ganas de más, de mucho más. El desnudo se completó y entonces todas las sensaciones aumentaron, el calor más cerca, tú tan adentro, yo tan lasciva. Por suerte el tiempo se pudo alargar, nos disfrutamos y sobre todo nos divertimos, al fin pudimos jugar a tenernos.

Esa misma tarde intercambiamos mensajes sinceros y más tarde otros más prometedores. Ayer mismo, motivo que me incitó a escribirte, encontré en tu twitter "(...) guitarrista (...) lector y escritor hambriento, filósofo vaso en mano (...)" y acto seguido pensé “no, si al final vas a ser tú”.

Por el momento solo puedo decir que me divertí como niña pequeña con juguete nuevo y que ojalá esta pequeña coincidencia espacio-temporal se prolongue indefinidamente.

Espero convertirme en “tu rincón favorito de Madrid”.