27 enero 2012

treinta y ocho

Un año, casi un año que no te veía. El mismo tiempo que llevaba sin un orgasmo de ese calibre. Tu flor sigue colgando de mi pared y tu recuerdo no se disipó por mucho tiempo que pasase. Demasiada intensidad para olvidarte. 

Una locura de noche con amigas que acabó en aquellas fiestas, bebiendo, cantando y bailando, todo en exceso. Una orquesta de pueblo al son de buena música y un grupo de chicos graciosillos que por allí andaban. 

Inexorablemente tenía que conocerte. Fue la típica conversación circunstancial en la que analizas con tu mejor amiga a los chicos que tienes alrededor. Sus ojos siempre anda en jovenzuelos, los míos... te vieron a ti. 

Nuestros gustos musicales hicieron el resto. Creo que siempre les agradecí (a la orquesta, digo) que tocasen Extremo en ese momento, si no hubiese sido por ese "Jesucristo García" que tanto nos emocionó, probablemente todo se hubiese quedado en "un chico simpático". Tanto nos emocionó a nosotras que nos fuimos delante a cantar como posesas a voz en grito (menuda ronquera al día siguiente) y lo siguiente que recuerdo es que me tenías cogida por el hombro, tu cara a dos centímetros de la mía y cantábamos los dos la misma canción. Creo que nunca recordé en qué momento pasé de estar cantando con Laura a tenerte TAN cerca.

A partir de ese momento cada vez recuerdo menos. Recuerdo que seguimos hablando con vosotros, que de pronto fui consciente de que la orquesta hacía rato había dejado de sonar y que todo ese tiempo lo había pasado hablando contigo. Te acercaste demasiado, descarado y directo, como a mi me gusta y entonces la escusa fue traerme a casa. Se sucedieron una serie de intentos fallidos de sexo alcoholizado y al final simplemente hablamos. Hablamos muchas horas, en la misma puerta de casa, justo cuando me dejabas comenzamos una interminable conversación a la que tuve que poner fin porque tenía clase en un rato y necesitaba al menos una ducha de agua fría para aguantar las seis horas correspondientes. 

No me creerás, pero ni siquiera se me pasó por la cabeza la posibilidad de que podrías llamarme. Si, nos dimos los teléfonos, como tantos otros que tengo en mi agenda de los que no recuerdo ni cara, ni lugar, ni noche... Pero tú lo hiciste, y al día siguiente (inaudito). Estaba en clase cuando me sorprendió tu llamada y te parecerá mentira, pero me dió un vuelco el corazón. Son estas cosas ñoñas que me dan a veces, en el fondo sabes que soy mujer. Me sacaste de clase y me tomé el resto libre. Hasta la siguiente. Solo tenía veinte minutos, pero no te importó, viniste hasta la uni y me escapé contigo, a hablar, claro, a seguir aquella conversación que menos de veinticuatro horas antes habíamos empezado, ya sobrios y yo avergonzada. 

Volvimos a hablar, inevitablemente llegué media hora tarde a la siguiente clase, ¿cómo terminar una conversación contigo? nunca he sabido hacerlo, siempre nos cortan las obligaciones, si no fuese por éstas podríamos estar hablando hasta el fin de los tiempos. 

Después volviste a llamar. Esta vez una mañana de sábado que yo no tenía (o no quería) mucho que hacer. En cualquier caso la opción de volver a verte se había convertido en la más cotizada por mis hormonas. En un rato apareciste y lo demás fue fantasía. 

Ya hace tiempo de aquello y TAN buenos recuerdos de otras veces han borrado la exactitud de mi memoria. Recuerdo algo bonito, algo que en ese momento necesitaba, cariño, sin compromiso, pero cariño, y mucho deseo, un deseo que nos hacía arder y respirar profundo. 

A partir de aquí mi memoria se difumina, siempre te he dicho que tengo memoria de pez, es verdad, por eso hago listas, por eso viste aquel archivo de mi ordenador en el que te escribí, porque puedo olvidar los momentos más importantes y recordar hasta el más insignificante, por eso los importantes siempre los escribo, es una forma de no olvidar. Pero aquella lista la perdí y en mi memoria ya no tengo todos tus momentos. Solo algunos que para mi fueron tus importantes (y si tú recuerdas alguno más estaré eternamente agradecida si me los cuentas).

El primero de ellos pasa por problemas, una mala racha, otra interminable conversación y una mañana tirados en la cama simplemente hablando. No recuerdo cuales eran, pero recuerdo que yo también los tenía, alguna lágrima solté y tu hombro estuvo ahí. El mío también para ti, como siempre lo ha estado y lo estará. 

Me vas como en fascículos, y el siguiente habla de evasiones, de puntos y aparte, de irrealidades que nos hacen parecer un sueño. De escapar de la propia vida para tener un ratito de paz, de tranquilidad con alguien completamente ajeno a una vida cotidiana y rutinaria. De desahogo y risas. Habla también de más deseo, de lujuria desenfrenada que estalló en una ducha con agua hirviendo y cuerpos más ardientes. De juegos entre el agua, de besos húmedos y sensaciones resbaladizas, de un culito prieto (no puedo evitar hablar de tu culo... me encanta) que ¡ay! qué ganas de cogértelo me entran al acordarme. De una reflexión post-placer que nos dejó silenciosos, a mi al menos contemplando la posibilidad de no tener que volver a la 
realidad.

Llegados a este punto mi memoria se enloquece y estremece al resto de mi cuerpo solo de pensarlo. AQUEL orgasmo. No recuerdo exactamente el día, ni el antes ni el después, ni tampoco porqué te dejé, pero menos mal que lo hice. De ese día solo retengo unos minutos que no sabes cuántos momentos de soledad han salvado. Y para colmo, después de un año sin verte, vas y lo repites. Un mordisco que te dejó marca más de una semana fue mi reacción la primera vez. Reacción producto de "guardar silencio" por respeto a mis compañeros, porque si no te hubiese mordido me habrían escuchado en Timbuktú. "Te odio" fue mi respuesta de ayer, y creo que esto tengo que explicártelo, porque no supe responderte cuando en ese momento me preguntaste. "Te odio" porque sí, porque me haces vulnerable, porque sabes mis puntos débiles, porque yo siempre tengo el control y contigo lo pierdo, porque te dejo hacer cosas que nunca, bajo ningún concepto concedo, porque me vuelves loca de verdad, porque se me va la olla contigo, porque soy yo, y yo en realidad nunca soy yo (pongo demasiado cuidado en no serlo), porque me conoces de verdad, porque eres un margen y yo te quiero en todas mis páginas, al margen, pero ahí, y se que no puedes estar porque tienes una vida y en el fondo yo también y solo somos puntos y aparte, aunque en realidad qué bien se viviría en esos apartes del mundo.

Luego guardo dos recuerdos más. Que realmente no los guardaba, más bien se me han dejado venir mientras te escribía, y creo que ambos son de la última vez que nos vimos (hace casi un año). El primero nos sitúa en mi cama, desnudos tras un no-sexo. Demasiadas cosas importantes de las que hablar, demasiadas miradas que compartir y caricias por ofrecer, excesivo cariño comparado con las primeras promesas que nos hicimos de "no te enamores de mí". Me pareciste un pretencioso cuando me lo dijiste, te dije que no lo haría y no lo hice, pero no puedo evitar quererte muchísimo y me permito tener la seguridad de que es recíproco. En esa cama crucé contigo miradas que hablaron más que muchas conversaciones, y finalmente una frase tuya lo tradujo: "¿porqué no te conocí hace unos años?". Cuán diferente hubiese sido todo, ¿no?

Un último recuerdo, y este si que tengo la certeza de que fue la ultima vez que te ví, porque lo sentí, y casi me dolió. Después de tantos buenos momentos no podías marcharte. Después de haber llamado justo al día siguiente nada más conocerme, no podías así, sin más, irte y no volver, y entonces te creí cuando me dijiste que iríamos el fin de semana a Segovia. Un año viéndonos exclusivamente en mi habitación y de pronto ¡a Segovia! pues sinceramente, me hubiese gustado. 

Al poco tiempo escuché en algún sitio que en Madrid, llevar a una chica a Segovia ha sido siempre la manera de "formalizar" una relación. No pude menos que sonreirme en ese momento. 


¿Te imaginas?


No hay comentarios:

Publicar un comentario